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Chiriguana - Rainer Pimstein

13/08/2021 00:00




­Chiriguana

Por Rainer Pimstein**

Un gaucho de Santa Fe se encontraba trabajando lejos. Cuando volvió, encontró el rancho abandonado, sin señas de la mujer y del hijito de ambos, de 3 años solamente. Dentro del rancho todo estaba en su sitio y ordenado. La mujer era una india de la sufrida tribu de los chiriguanos de Bolivia.

Comenzaron a desfilar una y otra idea por su cabeza. Prendió el fogón, calentó suficiente agua para preparar varios mates. Sabía que iba a pensar mucho. Se sentó delante del rancho a mirar el atardecer con su calabaza y su bombilla, dispuesto a saborear el amargo brebaje; se recordó cuando la conoció en una fiesta en la que ella lo escogió entre varios pretendientes, y él se la llevo a su rancho en Santa Fe. Fue la suerte, porque él estaba trabajando en Salta y había ido al pueblo, solo a comprar aceite para la lámpara, cuando se encontró con la fiesta.

Ella era una mujer fiel, montaba su caballo, y se las arreglaba sola cuando el salía a trabajar lejos. El calculaba que volvía en 3 meses y llego después de un año porque se había ido a trabajar a una hacienda ganadera, pero se le atravesó un capataz envidioso invitándolo a pelear, era una cuestión de hombría y si no peleaba iba a tenerlo todo el tiempo abusando de su persona. La pelea fue corta, mientras el otro hacia mariguanzas, el retrocedía, pero cuando se acerco confiado más cerca, de dos certeras puñaladas, lo dejo horizontal, para no pararse más. 

Esto lo obligo a huir de la hacienda, para no enfrentar la justicia; porque si lo enjuiciaban por defensa propia, se salvaba, si no, dirían que lo asesino, y eso significaba por lo bajo, 10 años de cárcel. Como había dicho que venía del norte, se arranco hacia el sur, esto le hizo perder tiempo, escondido en posadas camineras, fincas ganaderas donde lo contrataban para amansar potrillos o vivir en pequeños ranchos donde quemaban quebracho para hacer carbón.

Cada trago de mate era un nuevo pensamiento; como los vecinos más cercanos estaban muy distantes, no sacaría mucha información preguntándoles y hasta le daba vergüenza preguntarles por su propia esposa, aunque solo eran convivientes, no estaban casados por la ley. Después de varios mates, pensaba que ella no se había ido con otro; más bien tenía la idea que ella de tanto esperar, se había vuelto a Bolivia. En eso, se acordó del caballo que lo tenía amarrado; antes que oscureciera lo desensilló y lo paso a un potrero para que se alimentara y descansara, después de aquel largo viaje por bosques y colinas, evitando los pasos más transitados por otros jinetes.

Aunque él era un hombre independiente, con muchos sueños e ilusiones de conocer lejanas tierras; su vida era recorrer las pampas, trabajar un tiempo y volver al rancho. Esa india con su amor y ese hijo querido, ejercían una poderosa atracción y un anclaje al mundo real que él no podía evitar. Mientras más pensaba en ellos, mas necesitaba tenerlos presente y más fuerte eran los deseos de buscarlos. Cuando se oscureció, ya tenía decidido que los buscaría hacia Bolivia.

No dejo que amaneciera, con las primeras luces de la aurora, cargo las alforjas con carne salada, aji cacho de cabra, un yesquero para prender fuego, un botellón de agua, otro de aguardiente, una olla y una sartén donde cabían 2 huevos fritos de avestruz. De cobija, para las frías noches cordilleranas, cargaba 2 chiporros de oveja. Además la infaltable calabaza, con su plateada bombilla y una bolsa de mate. Además sal y un trozo de tocino.

Después de acomodar la carga, ensillo el caballo, se calzo las espuelas y con un rápido pase, se atravesó la manta al cuerpo, se monto y emprendió el largo camino que le deparaba el destino. Desde la Pampa hacia el norte le tocaba atravesar varios poblados. La idea era llegar a Salta y de allí pasar a Jujuy y continuar hasta Bolivia.
Iba lento, sin forzar al caballo, por el camino iba preguntando: no han visto una india con su hijo en un caballo rosado. Nadie la había visto.

Mientras cabalgaba pensaba: será que el muchachito se le enfermo? no creo, ella le daba teta y el niño se mantenía muy sano. Mil ideas le pasaban por la cabeza, pero solo le pasaban, sin vislumbrar una respuesta al caso.

Ella nunca hablaba de sus familiares; como si la hubieran tratado mal. Tal vez no iría a Bolivia.

El, viajaba de día en largas jornadas, paso por Santiago del Estero, Tucumán, hasta que llego a Cafayate en el valle de Calchaquíes, reconocido por sus buenos vinos. Allí se paro en una posada a descansar, pidió permiso para que el caballo pastara en un pequeño potrero de la posada, allí lo desensillo y lo dejo libre. El dejo las vituallas, se dio un baño y se acerco al tabernero, pidiéndole un vino y algo de comida.

Se mantuvo en amena charla con el tabernero, quien le pregunto qué hacía por allí; él le dijo que andaba buscando una india con un niño, en un caballo rosado. El tabernero mientras le traía una cazuela de cabrito, le dijo: por aquí paso una mujer con esas características hace como 15 días. Supuestamente siguió hacia el norte, completo el tabernero.

El se recordó que más al norte estaba el poblado de Cerrillos, la tierra de los Carnavales, que era donde la había conocido.

Finalmente llego, donde la intuición lo llevaba, habían pasado varios soles después del día de reyes y estaban en pleno Carnaval; algo le decía que allí estaba, se acerco cauteloso a donde estaba la algarabía; allí estaba ella bailando, mientras el niño de 4 años la miraba desde una carpa, frente a la Plaza.

** Rainer Pimstein - Ingeniero forestal chileno - Exprofesor universitario en Venezuela
Pintura: Gaucho a caballo - A.Chiappe



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