Contos
Cuentos
11/01/2023 00:00
El Yerbatero
de Rainer Pimstein **
Estoico y Maribel eran dos hermanos que vivían en un caserío en una montaña encantada. Las casas
estaban repartidas entremedio de un bosque muy tupido. La montaña estaba encantada porque tenía
metales en su interior que atraían las tormentas.
A los primeros indicios de la tormenta, todos los habitantes del caserío, se iban sumisamente a sus
casas, para no desafiar las fuerzas de la naturaleza. Cuando se desataba la tormenta, se oscurecía toda la
montaña. Luego venían truenos, que atemorizaban a cualquiera, por la violencia de las explosiones.
Nada estaba quieto. Después se llenaba el bosque de luces, por los relámpagos rojo oscuro, azules y
amarillos, que eran como una esperanza, dentro de aquella oscurana.
Luego caía tal cantidad de agua, que parecían verdaderos bolsones de agua que se desprendían de lo alto. Parecía que la montaña se cargaba de energía, con todos esos fenómenos naturales. En el bosque los que más sufrían eran los arboles más altos, que los rayos partían por mitad, de la punta hasta el suelo; convirtiéndolos en desechadas canoas, después de un naufragio.
Los dos hermanos acompañaban al abuelo, cuando iba a las lagunas del paramo a buscar plantas
medicinales. El abuelo les insistía que no hicieran escándalo cuando llegaban a las lagunas, porque
cuando se hace alboroto, la laguna desaparece, a veces con todos los que están cerca y la leyenda dice
que las personas reaparecen en cualquier caserío o pueblo más lejano, pero con otra personalidad.
Como todo niño que deseaban saber el porqué de las cosas, le preguntaban al abuelo, porque debían
guardar silencio en las lagunas del paramo. Este les respondió que ellas no son solo un depósito de
agua, sino son parte de un reino ignorado, que conecta las aguas de toda la tierra, desde las cumbres
nevadas, las lagunas, los ríos, hasta los mares.
- Los Dioses de este reino son los encargados de purificar
las aguas. Uds. saben que la vida en la tierra depende del agua. El ruido, el escándalo y las basuras,
dañan la tranquilidad de las lagunas. Si Uds. vienen con respeto pueden, beber sus limpias aguas,
recolectar plantas parameras e incluso darse un baño si lo desean.
- Todo lo que les dije, lo fundamento en lo que le paso a mi mujer, que se puso a hacerle caso a una bruja
que le dijo que iba a ganar mucho dinero, pero tenía que hacer un rezo y quemar un cacho de cabra
frente a la laguna. Ambas fueron e hicieron un sahumerio, quemaron santos y enterraron unos huesos
de perro, en la playa de la laguna. En eso, la laguna se oscureció, se formo una tormenta, vino una tromba de aguas crecidas que se llevo a mi mujer y a la bruja. Una mujer que andaba buscando leña, conto la historia.
- Esto pasó hace 10 años, hasta hoy nunca han aparecido, pero yo no pierdo la esperanza de encontrarla en algún sitio. Ella era una buena mujer, pero se puso a creerle a esa loca y allí tienen el resultado.
Los muchachos, impresionados con lo que les había contado el abuelo, guardaron silencio, solo le
preguntaron en un tono moderado, en que le podían ayudar. El les dijo: si conocían la Salvia y el
Tabacote morado; ellos le contestaron que si, el abuelo con afán de hacerlos participar de su trabajo,
les dijo: está bien, busquen de esas dos que conocen, no se olviden que debemos mantenernos juntos
porque a veces, el paramo se oscurece y no se ve ni a 2 metros, y ya pronto estaremos retornando a
casa.
El tiempo no estaba muy estable, eran cerca de las 3 de la tarde, estaba nublado y amenazaba ventisca;
el abuelo, sabiendo que les faltaban como 2 horas para llegar al caserío, juntó las plantas que habían
recolectado los niños, con las suyas. Envolvió todas las plantas en una loneta y amarro el alijo con una
cuerda que cargaba escondida en el bolsillo de su pantalón. Con otra cuerda plana, construyo como un
arnés, lo empató al alijo, que era más ancho que su propio cuerpo; luego se lo fijo a la espalda y
comenzó a caminar, diciendo a los niños: vámonos.
Después de 2 horas de caminata, por sombríos senderos escondidos entre frailejones y arbustos, se veía la inconfundible torre de la iglesia que sobresalía como un faro que orientaba a los caminantes. En la plaza, iban apareciendo personajes conocidos como el vendedor de ollas, en su caballo; el chico de los mandados y la barredora de las calles, con su rustica escoba.
Llegando a su casa, le saco la tranca a la puerta y deposito el alijo en la sala. Luego volvió a cerrar, para
llevar los niños a casa de sus padres. Cuando llegaron al hogar, le dijo a los niños: gracias por
acompañarme, aquí les dejo una semilla de Canelo para cada uno, para que la siembren mañana. Es
un árbol aromático que sirve para hacer te y controla la tensión arterial.
Al día siguiente, el abuelo se levanto temprano para ir a vender las plantas medicinales al pueblo. Se
había levantado de madrugada, se tomo un café concentrado, acompañado de una tortilla de rescoldo y
arranco.
A cualquier casa que divisara, se le acercaba con su cancioncita, que decía:
Frailejón para la tos.
Cola de caballo para los riñones,
Coralitos para el corazón,
Árnica para la inflamación,
Poleo para el resfrío,
Ortiga para las alergias,
Tabacote morado que purifica la sangre,
Apio para el estomago, y
Salvia para la garganta.
El abuelo recorría y recorría la ciudad, casi de casa en casa, no había rincón que no visitaba, su propósito
no era tanto por vender las plantas medicinales, sino encontrar a su esposa que se había extraviado en
aquella misteriosa laguna paramera.
** Rainer Pimstein - Ingeniero forestal y catedrático
* Imagen - Yerbatero Chillán
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