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Cuentos
17/09/2020 00:00
Los pañuelos de seda
Por Rainer Pimstein*
En una tradicional casita de barro, en los Andes peruanos, vivían una pareja de ancianos y su hija cuarentona. Los ancianos habían vivido toda la vida criando llamas en los páramos andinos.
La hija tuvo dos hijos sin casarse, que se habían ido desafiando la milenaria pobreza de los campos, que no se notaba tanto por las ropas gastadas sino por algunos hechos extraordinarios que se veían en los campos, por ejemplo, una rata que a falta de grano, trataba de arrastrar un pato por el pico hacia su madriguera, con el escándalo de todos los integrantes del gallinero.
A la hija, nunca le gusto pasar frio, en la casa, ayudaba con la comida, en su tiempo libre escuchaba la radio, le gustaban las novelas románticas y un programa denominado cultural, que la hacía sentirse con un aire doctoral y suficiente.
Mientras la abuela se dedicaba a los trabajos del hogar, como: hacer las tortillas, cocinar la carne ahumada, moler el trigo en el molinillo de mano, el abuelo atendía dos llamas paridas para la leche y acomodaba los tablones del techo, que evitaba que las laminas de zinc salieran volando a la primera ventisca.
Un día la hija, con el engaño de comprarles ropa a los viejos, los llevo al pueblo, distante kilómetros. En su bolso cargaba dos tortillas, pero no eran para cuando a los abuelos les diera hambre, sino para alimentar las palomas de la plaza.
Después de muchas bajadas y subidas, en 2 ½ horas aparecieron las primeras casitas del pueblo.
Allí en la plaza del pueblo les dijo: siéntense en esta banca mientras yo voy al comercio a ver las ropas. Aquí en la bolsa hay 2 tortillas de harina, pero no se las coman, son para las palomas, tírenle las migas, en un rato se juntaran muchas palomas, luego vendrán los turistas y les darán dinero para fotografiarse con Uds. y las palomas, no se olviden de pedirles dólares.
A eso del mediodía, los abuelos, se acomodaron en la banca, lanzaron un poco de migajas al piso, mientras las palomas barrían las viejas baldosas. Las palomas, al acabarse la comida, se mantenían girando sobre sí mismas, cerca de los ancianos, por la posibilidad de que se repitiera el alimento. Varias veces fueron satisfechos sus anhelos alimenticios.
Entretanto habían aparecido varios turistas, los abuelos habían recolectado unos pocos pesos y 10 dólares.
A las 2 horas apareció la hija, preguntando cuánto dinero habían hecho, al informarle de la cantidad, dijo: pásenme los dólares y se quedan con los pesos. Yo ya vengo, porque deje reservado algo bonito para Uds.
Los ancianos siguieron cumpliendo la función encomendada, mientras tanto el cielo comenzaba a encapotarse, la abuela ya con hambre dijo: la hija no viene, vamos a comernos estas migajas que quedan.
Después de un rato largo, llego la hija. Los abuelos se habían pegado un poco para amortiguar el frio. El abuelo, estaba sentado deshojando una flor de color naranja, la abuela pensaba en su fogón prendido, para sentir un poco de calor como en su casita. La abuela dijo: cuando el cielo comenzó a cerrarse, la gente comenzó a retirarse y hasta las palomas se fueron. No se ha podido hacer más.
La hija con su cara complaciente dijo: papaíto, para estos negocios no debemos poner cara de aburridos. - Como no vamos a estar aburridos, esperando y con frio, contesto el padre.
La hija, sin ningún remordimiento, dijo: no se preocupen, miren lo que les traje, un pañuelo grande de seda a cada uno. Ahora vámonos de regreso a casa, antes de que nos caiga ese palo de agua. Pónganse el pañuelo que todavía nos faltan 2 horas para llegar a casa.
Ante la mirada sorprendida de los ancianos, que sabían que aunque cargaran algo de protección, la lluvia los iba a mojar sin contemplaciones. La hija para convencerlos, les dijo: tal vez se mojen, pero lo que Uds. harán, lo hacen pocas personas en el mundo, que es subir la montaña con la elegancia de un pañuelo de seda alrededor de la cabeza.
Luego de acomodarse los pañuelos, comenzaron el retorno. No había transcurrido media hora, cuando comenzaron a caer los primeros goterones, el día comenzaba lentamente a oscurecerse, los pajaritos daban los últimos gorjeos antes de buscar su nido. Mientras tanto, las tres figuras subían y bajaban como escapando del temporal, antes que llegara la noche.
A la hora, les cayó de lleno la lluvia, mientras el viento los mecía de lado a lado de la trocha. Los abuelos subían lento y como la lluvia no respetaba rango ninguno, los tres subían empapados.
A la ½ hora, llegaron a la casita de barro, allí todavía habían brasas encendidas en el fogón, se cambiaron las ropas y cada uno hizo lo que más le parecía: la abuela se puso a secar las ropas al lado del fogón, el abuelo prendió la radio y la hija se fue a ver un novio que tenía en una de las casas cercanas.
* Rainer Pimstein - Ingeniero forestal, ex-professor de la Universidad Los Llanos, Venezuela
Crédito: Pintura al óleo Celma
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